
Lo inédito del caso, lo que hace de nuestro tiempo un punto de inflexión, es que nunca antes se conoció un poder de destrucción comparable al de nuestros días. La admonición de los científicos es lapidaria: -"terminamos con la violencia o ella termina con el mundo"-. La tajante sentencia de la Comisión Internacional de Sabios Atómicos fue: "un mundo o ninguno". (One World or None, 1946, versión española de Enrique Gaviola, Ed. American Books). A sesenta años de ella, cuando la bomba de hidrógeno ha dejado pequeña a su antecesora atómica, pareciéramos no haber aprendido mucho. Existen más bombas nucleares que grandes ciudades a destruir en el mundo. Si consideramos que algunos de estos artefactos están en poder de estados o sectores de gran inestabilidad, el peligro se acrece.
De donde: nos abocamos a resolver el problema de la violencia, siquiera sea en la medida de nuestras posibilidades, o abandonamos nuestra suerte a otras manos.
Porque pedimos estudiar la violencia
Sin duda, la violencia es una realidad innegable en nuestro mundo. Tal como dice Merleau-Ponty: "...es nuestro mundo, puesto que estamos encarnados (...) es el punto de partida común a todos los regímenes. La vida, la discusión, la elección política, acontecen sobre ese fondo". Reconocer esta realidad, no implica su aceptación. Aquí diferimos. También son reales el cáncer, la sífilis y el sida. Pero no los aceptamos pasivamente. Estudiamos las enfermedades para prevenir, alertar, procurar su cura y erradicación. Esta es la base de nuestro enfoque pedagógico. El porqué preconizamos un estudio científico de la violencia, al tiempo que proponemos, llevar a la práctica esas conclusiones. Apuntamos mediante el conocimiento de los mecanismos que la originan y motorizan a su predicción, reducción, prevención y sublimación. (Continuará...)
1 comentario:
Eduardo:
¡Felicitaciones por el emprendimiento!
Seguiré atento.
Saludos,
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